miércoles, 10 de octubre de 2012

Hacía un día hermoso, el monte vestía sus mejores galas, las hayas derrochaban colores, los serbales ofecen sus racimos de bayas rojas. Para no quedarse atras, las matas de arándano tienen el mismo color del hayedo, que va del rojo al verde, pasando por rosados, amarillos y ocres. Empieza a llover, una lluvia mansa que contrasta con  mi corazón aún excitado por el lance, que no tendría nada de especial si no fuera porque son sus primeros lances a perdices donde hace lo que hay que hacer.
  El sol convierte cada gota de lluvia en un brillante que cae del cielo, con tantos miles el arco iris no tarda en dibujarse en el cielo astur.
  Seguimos por una campera, que hace de collado, aquí la población de  liebres de piornal gozan de buena salud, seguimos la mano, alguna pluma va a parar a los sobres de muestra, en la cresta el peón parece fresco de nuevo. A lo lejos los Picos de Europa parecen centinelas y guardianes del paraiso que se estiende entre ellos y nosotros.
  Abajo un rebaño de rebecos nos contempla, contamos diecisiete, no hace mucho que se apagaron los bramidos de los venados cuyo celo decrece. Llegamos a una campera, un pequeño piornal se estiende por esta desparramándose ladera abajo. La Alma se piende entre los piornos y el campano para de sonar, la busco en la maraña vegetal colándome por un tunel que forma un camino y la encuentro "puesta".

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